sábado, 19 de abril de 2014

Andrés Garagy Albújar: Nuevos retos para la formación de comunicadores

Tenemos que formar un nuevo periodista. Y no hay que partir de cero, simplemente hay que ver al pasado. Volver a nuestras raíces. Regresar a las fuentes. La anécdota sobre Ben Bradley lo muestra claramente. Me encanta porque creo firmemente que debemos leer a Shakespeare, o a Flaubert, o a Stendhal, o a cualquier otro pero que sea bueno. Que haya profundizado en las complejidades del alma humana. Porque viendo y reflexionando sobre la vida de Otelo, Emma Bovary o Julien Sorel, conoceremos más de esa complejidad y se podrá contar mejor la historia. Finalmente los periodistas somos contadores de historias.

No conozco a Andrés Garagy pero no hace falta. Esta reflexión sobre el futuro del periodismo lo pone de este lado. Del lado de aquellos que queremos mejorar el oficio que tanto amamos.



Nuevos retos para la formación de comunicadores *

Andrés Garagy Albújar**


Cuenta una conocida anécdota de la Universidad de Navarra sobre un profesor de periodismo que viajó con un grupo de alumnos a visitar a Ben Bradlee, el célebre ex director del Washington Post, famoso por su acusiosidad periodística en el caso de Watergate. El profesor le preguntó al hombre de prensa que si estuviera en su lugar, es decir, si tuviera la responsabilidad de formar nuevos periodistas, qué les enseñaría a sus alumnos. La respuesta fue inesperada para todos. Uno de los periodistas más destacados de todos los tiempos, sólo sentenció: “Yo les haría leer todo Shakespeare. Nada más”.

Hace poco un compañero de trabajo y profesor de redacción periodística para alumnos de Comunicación y de Filosofía me hizo un comentario revelador. Sus mejores alumnos no eran aquellos que en apariencia se mostraban más sagaces o gozaban de mayor elocuencia verbal, sino aquellos que en su quietud eran capaces de profundizar en las ideas, aquellos que reflexionaban más o pensaban mejor, que comprendían e interpretaban más a fondo la realidad.

Más allá de lo anecdótico, considero que estos episodios sirven para plantear una reflexión sobre el tema que nos reúne hoy. ¿Hacia dónde vamos en la formación de los nuevos comunicadores?, o mejor dicho ¿hacia dónde queremos ir?, ¿qué habilidades resultan importantes inculcar para aprovechar el potencial de la nueva sociedad de la información?, ¿qué tipo de profesionales necesitamos para construir una sociedad más humana?

Desde que se iniciaron los estudios de Comunicación se ha discutido incansablemente sobre las posibilidades de formación de los comunicadores, y por momentos se ha llegado a puntos tan extremos como el de rechazar la formación profesional de éstos. Felizmente algo hemos avanzado, y aunque no se haya resuelto del todo la inviable incógnita sobre la naturaleza de la formación, -“¿cuál es la medida adecuada de la instrucción práctica y cuál de la teórica?”- en el mundo académico se ha aceptado la Comunicación como una disciplina independiente que necesita de una preparación específica.

La academia y la universidad han legitimado la profesionalidad de la Comunicación, pero no ha sucedido lo mismo con el mercado y la empresa. Aún es frecuente encontrar directores de medios que improvisan periodistas por una cara bonita para presentar las noticias, o a empresarios que consideran que la comunicación organizacional es algo “sencillo”, de la que puede encargarse cualquiera.

Sucede que esta percepción de la empresa y el mercado muchas veces condicionan a las facultades de Comunicación, que adecuan sus currículas a las exigencias “prácticas” e inmediatas del mercado, y olvidan la esencia de la formación que debe ofrecer la universidad.

Abordar el tema de la formación de los comunicadores ofrece sin duda muchas aristas. Me atrevo a proponer cuatro puntos de discusión, que lejos de ser novedosos, creo conveniente reiterar:

1. La Comunicación exige una preparación específica, que debe darse en la Universidad, pues se trata de una disciplina con carácter científico.

2. Las universidades deben brindar a los nuevos comunicadores -además de destrezas técnicas y habilidades prácticas propias de la profesión- un bagaje cultural lo suficientemente amplio para que el nuevo profesional cuente con unas bases sólidas que le permitan comprender las claves antropológicas del mundo actual. Gran parte de estas claves las ofrecen las disciplinas que tienen como objeto de estudio el hombre, la humanidad. Me refiero a las humanidades.

3. La formación profesional corresponde sobretodo a una obligación personal, no culmina con la obtención del grado, sino que es una tarea continua.

4. Ser buen profesional exige en contrapartida ser una buena persona.

1) La Comunicación exige una preparación específica, que debe darse en la Universidad, pues se trata de una disciplina con carácter científico

La comunicación como fenómeno humano nace de la misma escencia del hombre y su naturaleza social. La socialización que resulta de los procesos de comunicación ha sido sin duda el punto de partida para el estudio de la Comunicación, abordada en sus inicios por la Sociología, la Semiología y otras ciencias sociales.

Sin embargo, el avance de las investigaciones ha demostrado que la Comunicación debe abordarse como una disciplina completa, es decir que los fenómenos comunicativos pueden analizarse desde la ciencia como un objeto de estudio en estricto, con métodos propios, que se han nutrido con los aportes de otras ciencias sociales.

La nuevas tecnologías de la información y la comunicación también han reforzado la especificidad de la Comunicación, y la necesidad de un campo de estudio para el análisis de los efectos sociales de la incursión de estas nuevas tecnologías en la vida social. Nos enfrentamos a un objeto de estudio amplio y complejo, pues la comunicación está presente y juega un rol importante en todas las esferas de la vida social.

La complejidad de nuestro quehacer – el ser comunicadores profesionales– exige comprender los fenómenos comunicativos y humanos en los que nos desenvolvemos y trabajamos con el raciocinio del pensamiento científico, que se aprende sin duda en la universidad.

Mi posición no desacredita la capacitación técnica que pudieran brindar los institutos superiores y escuelas de Comunicación. Como en toda actividad profesional resulta saludable que existan personas capacitadas para las tareas operativas; pero considero que el proceso intelectual de creación, de intercambio de mensajes, de interrelación, de conocimiento del otro, el análisis de la realidad, puede realizarse mejor por aquellos que gozan de una preparación universitaria adecuada.

Si se reduce la formación de los comunicadores a una mera instrucción técnica, éstos no estarán en capacidad para comprender su propia actividad como parte integrante de un sistema social, pues según Ortiz, “el proceso de entender la complejidad de la convivencia humana, significa privilegiar el análisis de los problemas sociales”. (Ortiz, Germán, 2001, 82)

La universidad, foco de cultura y desarrollo, es la institución más genuina donde se practica la investigación científica y se incentiva el análisis de la realidad. A diferencia de los centros tecnológicos, ofrece a sus estudiantes el desarrollo de habilidades para pensar con profundidad.

De acuerdo con Beneyto la Universidad proporciona a quienes estudian Comunicación capacidades para la “investigación metódica del hecho concreto, desdibujamiento de la personalidad ante el acontecimiento, interpretación prudente y honrada, cuidado constante y conocimiento incondicional de la objetividad, gusto por la prueba sólidamente constituida, y de la argumentación lógica, ausencia de dogmatismo, sentido de la relatividad y de jerarquía de los valores, método probado en la investigación, el trabajo y el estudio y, finalmente, cuidado por el respeto y el idioma”. (en Aguirre, Marisa; 1988, 120)

2) Las universidades deben brindar a los nuevos comunicadores un bagaje cultural lo suficientemente amplio, para que el nuevo profesional cuente con unas bases sólidas que le permitan comprender las claves del mundo actual.

Para pensar en la exigencias de la formación de los nuevos comunicadores hace falta echar un vistazo a la problemática actual.

La complejidad de este mundo exige claves mentales muy profundas para lograr comprenderlo o al menos interpretrarlo. En palabras de Alejandro Llano se trata de una crisis del “Estado del Bienestar” que se manifiesta en un malestar social y cultural, el desempleo, el terrorismo; todo a causa de la fractura entre el sistema tecnocrático y la incapacidad de éste para vincular el sistema económico y político a la existencia vital de las personas. (Llano, Alejandro; 1988, 24-25)

Nos dice el filósofo Llano que el sistema “ya no está al servicio de las personas que en él trabajan, sino al servicio de sí mismo, para asegurar su supervivencia y desarrollo. Lo que importa no es vivir bien- de manera humanamente digna-, sino sencillamente sobrevivir ”. (Llano, Alejandro; 1988, 24-25)

El malestar cultural y social se revela según Llano ante la insuficiencia de los planteamientos generales que rigen el mundo: el neoliberalismo y la social democracia. En la práctica ambos reducen la realidad a dos ámbitos-la política estatal y la economía de mercado-, e implantan formas de gobierno que ponderan los medios sobre los fines. (Llano, Alejandro; 1988, 26-27)

Para el filósofo la crisis actual exige una “nueva sensibilidad”, otro modo de pensar, otras respuestas y otras actitudes. Lo más urgente, consiste según su apreciación, en recuperar el mundo vital de las personas, las relaciones sociales que le permitan al individuo involucrarse con un grupo humano, recuperar en conjunto el valor del hombre. Sólo de esa manera se puede combatir la segmentación social generada por la rigidez de los tecnosistemas.

El pensamiento de Alejandro Llano nos plantea importantes reflexiones. Desde nuestro ámbito profesional ¿somos conscientes de la segmentación social que se denuncia?, ¿desde la comunicación cuánto hemos analizado la “anomia” o apatía social que viven nuestras sociedades, y la falta de compromiso que incluso podemos palpar en comunidades universitarias?, ¿cuánto podría contribuir un uso efectivo de la comunicación para recuperar el “mundo vital” de un grupo humano?, ¿inculcamos en nuestro alumnos la responsabilidad que tienen de recuperar el valor de lo humano a través de su trabajo?

No se trata de centrar todas las expectativas de un cambio social en la Comunicación o en su actividad más visible, los medios de comunicación, sino en ser más críticos con nuestro quehacer. En la actual sociedad del espectáculo, los medios de comunicación no ofrecen en general un espacio de diálogo social constructivo entre los interlocutores, mas bien fomentan un clima de sospecha y “oposición permanente”. (Pérez-Latre, Francisco; 2003, 251)

Pérez-Latre reconoce la influencia potencial que tienen los medios de comunicación sobre la formación de ciudadanos en las sociedades democráticas, pero advierte que los medios por sí solos, como cauces de mensajes, no contribuirán a la mejora de la ciudadanía, sino que, debe reparase en la formación de los profesionales que trabajan en éstos.

Si se desea que los medios de comunicación contribuyan notablemente al desarrollo de la sociedad es necesario que los profesionales que trabajan en éstos fomenten la capacidad de hacer pensar a la audiencia, de discutir sobre los temas de interés público, de velar por la calidad de los contenidos.

Este nuevo enfoque corresponde según Maricruz Ricalde a una propuesta humanista, y exige retornar a una “visión del ser humano como constructor de sí mismo y de su entorno”. No desde una postura humanista tradicional donde el ser humano era el “núcleo del universo y señor del ser”, sino desde un humanismo que invite al individuo a “responsabilizarse de sí mismo, a admitirse como débil, a negarse como sujeto fuerte/sujeto centro y como espíritu absoluto”. (Ricalde, Maricruz; 2001, 60-61)

Jorge Latorre, testigo directo del atentado del 11 de Setiembre en NY, ha reflexionado sobre la cobertura periodística del ataque terrorista, y apunta la necesidad de formar comunicadores reflexivos, con crítica aguda, capaces de encontrar claves para interpretar los contextos más complejos. La presión social obliga a los medios de comunicación a ofrecer respuestas con la misma instantaneidad con que suceden los hechos, a buscar explicaciones casuísticas y excesivamente racionales para situaciones de conflicto que por su complejidad superan lo racional. Para Latorre, un comunicador que tiene un conocimiento profundo sobre antropología contemporánea, privilegia el análisis sobre la improvisación. (Latorre Jorge; 2003, 404-410).

Los autores citados coinciden en la propuesta de fomentar los estudios humanísticos en la formación de los nuevos comunicadores. Se trata pues de recuperar la esencia de la comunicación como proceso humano: pensada y creada por personas para personas. Las humanidades, por tener al hombre como objeto de estudio, permiten conocer lo humano en sus dimensiones más hondas.

Indudablemente el hombre de hoy está afectado por una serie de corrientes que lo alejan del pensamiento trascendente y del compromiso. Es lo que algunos filósofos denominan “anomia” y que según Milán Puelles, conlleva a “un auténtico desconcierto existencial y, a fin de cuentas, a vivir sin base ni raíces”. (en Aguirre, Marisa; 1988, 161)

En este contexto, se revaloriza aún más el papel de la Universidad como foco de cultura, pero sobre todo como lugar donde se enseña a pensar con trascendencia, a meditar sobre el por qué de los acontecimientos, a buscar explicaciones y causas.

El estudio de las Humanidades es importante según Ibáñez –Martín por las siguientes razones: “Ayudan al hombre a identificarse con la condición humana; incitan al conocimiento del hombre real; conducen a la aceptación de uno mismo y de los demás; desarrollan valores esenciales en los hombres; (...) enseñan que la prudencia no es abstención sino compromiso; forman hombres que descubren que la vida no la hemos escogido pero que discurrirá por los cauces que marquemos; fomentan una actitud liberal, un deseo de contemplar la realidad de las cosas sin pretensiones utilitarias”. (en Aguirre Marisa; 1988, 167-168)

Y aunque las razones expuestas pueden parecernos muy elevadas, nadie puede negar que el principio del conocimiento empieza con la duda, con la interrogante que surge después de contemplar un fenómeno. Los griegos clásicos afirmaban que el asombro era el principio de toda sabiduría y de toda ciencia. La sobrecarga de información del mundo actual perturba la capacidad innata del hombre para asombrarse y plantearse cuestiones. Y los comunicadores no dejamos estar expuestos a la sobrecarga de información, y somos vulnerables a todo tipo de fuerzas y tentaciones.

Los comunicadores, sin embargo, actúan como intérpretes de la realidad, pues a través de las palabras e imágenes que construyen, comunican una visión del mundo a un grupo humano. Esta función de mostrar nuevas realidades les exige tener una mirada limpia, sin sesgos ni prejuicos y, un pensamiento claro, liberado de radicalismos ideológicos.

Se trata de saber pensar con hondura, de someter las impresiones a un análisis racional. Las Humanidades como saberes que profundizan en la condición humana “adiestran la inteligencia, disciplinan la voluntad, inspiran el amor al bien y la belleza, educan la sensibilidad, sustentan el respeto por los demás y por uno mismo, facilitan la vida interior y la unicidad. Las humanidades buscan ser más, no tener más”. (Sesé, José María; 2002, 16)

Por tanto, se comprende que Ben Bradlee afirmara que todos los aspirantes a ser buenos periodistas deberían leer “todo Shakespeare”, porque en las obras de este dramaturgo clásico podía conocerse la naturaleza humana, “sus pasiones, sus virtudes y vicios, su anhelo permanente de felicidad”. (Sánchez, José Francisco; 2002, 9)

Cuando a Francisco Sánchez, un profesor muy estimado en España, le preguntan cuáles son las cualidades que debe tener un buen comunicador, éste indica que más importante que las destrezas técnicas y prácticas un buen comunicador debe: saber mirar, saber escuchar, saber pensar, saber expresarse y conocer qué es el hombre.

Saber mirar exige contemplar el mundo con mirada de niño, dispuesto siempre a descubrir novedades aún en lo más obvio, descubrir lo profundo; saber escuchar no sólo es oír con atención sino colocarse en el lugar del otro e intentar comprenderle; saber pensar implica “adensar” en la mente lo que se ha mirado y escuchado, contemplar la realidad, pararse a pensar, detenerse a reflexionar; saber expresarse significa encontrar una voz propia para expresar con vigor lo pensado. Todo esto exige a su vez conocer la naturaleza humana, referencia principal de cualquier realidad. (Sánchez, José Francisco; 2002, 3- 9)

Pérez Latre respalda la tesis de Sánchez y recomienda para la formación de los nuevos comunicadores el estudio de las humanidades, y la potenciación de las “grandes habilidades culturales”: saber leer, saber hablar y escribir. Anota la necesidad de valorar las ciencias sociales que permitan a los comunicadores comprender mejor la realidad, la práctica del trabajo en equipo y el diálogo enriquecedor; y añade que debe fomentarse en los estudiantes una educación crítica ante los medios de comunicación, pues estos no constituyen un reflejo absoluto de la realidad, y un comunicador profesional debe saber que la realidad se conoce mejor a través de la investigación en las fuentes directas. (Pérez-Latre, Francisco; 2003, 255-256)

Si la comunicación tiene como objeto y fin al hombre, el estudio de las Humanidades se vuelve imprescindible, no sólo porque permiten conocer desde la Filosofía, la Historia, la Antropología, etc; las dimensiones de la personas; sino porque fomentan las capacidades de análisis, al ponderar la reflexión sobre el conocimiento práctico y utilitario.

3) La formación profesional corresponde sobretodo a una obligación personal, no culmina con la obtención del grado, sino que es una tarea continua

Si bien la Universidad es responsable de proporcionar unas bases sólidas para el desempeño de la profesión, la formación profesional no se agota con la obtención del título; al contrario exige del comunicador la obligatoriedad personal de actualizar constantemente sus conocimientos y de afinar su sensibilidad para comprender las realidades con las que trabaja. Además la necesidad de actualizarse no sólo deriva de la dinámica innovación tecnológica que caracteriza esta carrera, sino también de los nuevos desafíos deontológicos que las nuevas tecnologías de la información y comunicación (TIC’s) generan.

Para Marisa Aguirre, profesora de la Universidad de Piura, la cualificación profesional informativa, lejos de restringir el derecho de la información, potencia el derecho de la información, pues garantiza la calidad de ésta. La información será de tanta mayor calidad cuanto mejor formados estén los ‘comunicadores’, “titulares como personas del derecho de la información y depositarios como profesionales de la delegación tácita del sujeto universal” de este derecho. (Aguirre, Marisa; 1988, 78)

Sánchez Aranda, historiador de la prensa, opina que el enfrentamiento entre las posturas académicas y empíricas sobre la formación de periodistas ya no tiene vigencia. De acuerdo a sus investigaciones , ha comprobado que en los medios españoles, los periodistas y las empresas de comunicación brindan una alta valoración hacia la formación académica recibida en la universidad como garantía de calidad en el trabajo; sin embargo se comprueba que existe un mayoritario desinterés de los periodistas por continuar formándose. (Sánchez Aranda, José Javier; Rodríguez Andrés, Roberto; 2003, 156-159)

La formación continua no debe contemplarse en estricto como una imposición del mercado laboral que exige profesionales cada vez más competitivos; es necesario darle otro sentido al estudio para convertirlo en un medio de crecimiento personal, de mejora de uno mismo. “El estudio no es, por tanto, tan sólo un camino para adquirir conocimientos, sino también y-esencialmente-una actitud permanente de empeño por ‘estar en el mundo’, es conquista de la verdad, es búsqueda del perfeccionamiento personal”. (Aguirre, Marisa; 1988, 80)

4) Ser buen profesional exige en contrapartida ser una buena persona

Desde inicios del siglo pasado se ha discutido con ardor sobre el alcance y los efectos en la opinión pública que tienen los medios de comunicación, y más tarde sobre otros ámbitos de la comunicación como la publicidad y el marketing. Aunque las ciencias sociales no hayan encontrado respuestas definitivas para explicar el impacto de los media en la sociedad y el hombre, lo cierto es que, de acuerdo a las carácterísticas del mundo contemporáneo, las personas tienen menos tiempo y espacio para la reflexión y su real autoconocimiento.

En este contexto, no se puede negar que los media y la industria cultural se introducen en las esferas interiores de las personas e influyen en su visión de la vida. La trascendencia social de las actividades comunicativas exige cuestionarse sobre las capacidades de quienes operan y dirigen los medios de comunicación y la industria cultural.

Pensadores tan importantes de nuestra época como Karol Wojtila, han reconocido la relevancia especial que tienen los comunicadores en el mundo actual. Wojtila afirmaba que “pocas profesiones requieren tanta energía, dedicación, integridad y responsabilidad como ésta y, además, al mismo tiempo, pocas son las profesiones que tienen tanta incidencia en los destinos de la humanidad” (Fiestas Lé-Ngoc, Eulalio; 1991, 56-57).

Así mismo, Wojtila destacaba la necesidad de un nuevo estilo de comunicación, que promueva “el respeto al otro, el sentido del diálogo, la justica, la ética sana de la vida personal y comunitaria, la liberta, la igualdad, la paz en la unidad, la promoción de la dignidad de la persona humana, la capacidad de participación y de compartir” (CELAM; 1983, 108).

Estos ideales sobre el desempeño de los medios exigen sin duda profesionales con alta calidad humana, con una solidez moral y con una perspectiva clara y coherente sobre los valores que ponen en práctica. No es posible pensar que una mala persona puede convertirse en un profesional brillante, si esto sucede, dura poco, la frivolidad y el pensamiento superficial siempre quedan al descubierto. Esto comprueba un principio aristotélico que afirma que “el obrar sigue al ser”, o dicho de otro modo, “se hace lo que se es”.

Reflexionar sobre la calidad del comportamiento nos remite de inmediato a la Ética, ciencia en la pueden encontrarse guías fundamentales sobre la moralidad de las acciones. Hacer uso de la Ética no debe resultar algo extraño o demasiado elevado para los profesionales de la Comunicación, porque se refiere sobre todo a una actitud interior y personal de cuestionar la propia conducta.

En palabras de Maricruz Castro, se puede decir que ser profesionales éticos significa “ser capaces de (...) acallar el ruido de la vida contemporánea, aplacar las presiones, suspender momentáneamente el movimiento circundante para poder cuestionarse sobre nuestras ideas y nuestro comportamiento” (Castro, Maricruz; 2001, 50). Dicho de forma más artística, al estilo de García Márquez, la ética acompaña inseperablemente el quehacer profesional “como el zumbido al moscardón”. (en Restrepo, Javier Darío; 2004, 10-11)

Nuevamente la reflexión se muestra como un pilar fundamental en el desempeño profesional de la Comunicación. Es importante que el comunicador social reconozca el valor de la persona para desarrollar su actividad de manera eficaz y plena, pues el ser humano es el centro y fin de todas las acciones comunicativas. Valorar al otro exige valorarse a uno mismo. Un profesional que aspira actuar rectamente en su trabajo, debe tener ideas sólidas sobre la dignidad humana y esto le exige conocer antes “su verdad en cuanto a su ser persona” lo cual sólo puede lograrse a través de la reflexión sobre la propia naturaleza humana. (Garay, Andrés; 1994, 129)

Ser éticos es una tarea difícil y un reto constante, no sólo de desempeño profesional, sino de crecimiento personal y el crecimiento personal es ilimitado. Para Kapuscinski, reconocido reportero de guerra, ejercer el buen periodismo exige ser un buen hombre o una buena mujer. “Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias...”. (Kapuscinski Ryszard, 2002, p.38)

Para terminar deseo citar al profesor Francisco Sánchez, quien nos da una idea de cómo encontrar las fuentes para el comportamiento ético: “No se aprende humanidad exclusivamente en los libros. Sólo es capaz de entender lo genuinamente humano -y por tanto de hacerlo entender- quien se acerca siempre a las personas, no ya con respeto, sino incluso con cariño; quien procura tratar a los demás como fines en sí mismos y no como medios para alcanzar otros fines que siempre serán egoístas. El que procede así -el que trata a los demás como medio para sus propios fines- es un manipulador por muy dignos o elevados que sean sus propios fines. Y un manipulador es la antítesis de un buen comunicador. (Sánchez, José Francisco; 2002, 9)


* Texto editado

**Andrés Garay Albújar es profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Piura, en Perú. Esta es la ponencia que presentó en la V Cumbre Iberoamericana de Comunicadores realizada en Santo Domingo, del 6 al 8 de abril de 2006, y se reproduce con la autorización de Infomega.


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