lunes, 18 de mayo de 2015

Camus y el periodismo

Camus amaba el periodismo. Y también lo odiaba. Lo entiendo. Lo mismo ocurría con García Márquez. “Sufro como un perro cuando leo un periódico”, decía Gabo. Cómo no sentirse así al ver medios tan mal escritos y con tan pocas ideas. Cómo amar este oficio y estar tranquilo al ver que muchos “periodistas” están más preocupados en ser famosos que en ser buenos. Cómo vivir tranquilos si muchos “periodistas” escogen la carrera porque se puso de moda y no por sea una pasión que tuvieron desde siempre.

Que este artículo de María José Mendoza nos sirva para entender la dimensión de Camus, ya no como literato sino como periodista. Tal vez en estas líneas entendamos aun más de qué se trata esto del periodismo y podamos enfrentar mucho mejor la crisis por la que atraviesa.

Disfruten.




“El periodismo es el oficio más hermoso del mundo”. 
Albert Camus



La ética como razón de ser del periodismo.
María José Mendoza


La frase que encabeza este artículo contrasta con otra de cariz bien distinto pronunciada por la editora Jacqueline Lévi-Valensi, responsable de las Obras Completas de Camus, quien dijo que “En el fondo, a Camus no le gustaba el periodismo”. Sin embargo, a tenor de los pensamientos recogidos por el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades Jean Daniels en su libro "Camus. A contracorriente", ambas afirmaciones tienen una concatenación lógica, dado que si algo caracterizó la faceta periodística del gran literato francés fue su ambición por liderar un tipo de periodismo ético, responsable y con una carga de lucha muy alejada del concepto informativo aunque banal que tiene el periodismo en la actualidad, en el que los sucesos, los escándalos y las declaraciones copan la mayor parte de las páginas de los diarios. Desde las columnas del clandestino Combat, que él lideró, utilizó el periodismo como forma de expresión y reflexión contra las grandes amenazas de su época: los totalitarismos y el terror. El paso de Albert Camus al periodismo se produjo en 1938. En esa época impera en su país natal, Argelia, una prensa colonial que reúne todo lo que el escritor rechaza: racismo, vulgaridad intelectual, despotismo capitalista y conformismo. Poniendo en práctica un periodismo como género de literatura comprometida, el autor de ‘El extranjero’ enarboló la bandera de la concepción periodística como información crítica. Y es que, según pone de manifiesto Daniels en sus reflexiones sobre Camus, éste fue un escritor que siempre quiso ser periodista, fruto de una generación arrastrada por los dos grandes dilemas franceses planteados entre 1930 y 1960: el comunismo y la descolonización, dos cuestiones que los intelectuales de Francia vivieron con una intensidad creativa y polémica. Ellos mismos fueron dos grandes amigos y colaboradores. Sin embargo, una diferente concepción de la realidad de Argelia –ambos compartían nacionalidad y pasión por el periodismo– les hizo distanciarse, si bien esa confrontación de matices no impidió que Daniels, fundador de Le Nouvel Observateur, contara en este libro su propia versión de Camus, en la que pone de manifiesto la devoción por la profesión periodística de una de las personalidades más intensas de su época.


Experiencia profesional Albert Camus ha trascendido a la historia por su faceta como novelista, ensayista y dramaturgo. Sin embargo, no hay que olvidar la pasión que desbordó en su labor periodística. Uno de los primeros diarios en los que trabajó Camus fue –todavía en la Argelia colonizada– el del Frente Popular, donde dio sus primeros pasos a favor de la independencia de manera rotunda: su artículo La miseria de la Kabylia, publicado en 1940, suscitó la indignación de las autoridades, que decretaron el cierre del periódico. Pasó también por Alger Républicain en 1935, por Paris-Soir en 1942, por la elaboración clandestina de algunos números de Combat, por la dirección de esta misma publicación durante más de dos años y por la protección ofrecida a Caliban antes de colaborar en L’Express de Servan-Schreiber en 1956. Pero con Combat “era él quien animaba, imaginaba, impulsaba y creaba el periódico. Fue la época en que la dirección de diario consumía la vida de su director y esa vida apasionada y frustrante al mismo tiempo, activista y culpabilizadora, intensa y vana, urgente y perecedera fue la que amó Camus con la misma intensidad que también pondría en el teatro”. Así lo afirma su amigo y colaborador y así lo atestiguan sus innumerables artículos y editoriales. De hecho, el primer editorial oficial de Combat, publicado el 21 de agosto de 1944 (fecha en que concluyó la liberación de París), es hoy recordado como fundamento moral de la nueva Francia. Ese espíritu combativo chocaba contra las grandes servidumbres de la prensa –“desviaciones”, según sus palabras– que, a juicio de Camus, no eran otras que “el sometimiento al poder del dinero, la obsesión por agradar a cualquier precio, la mutilación de la verdad con un pretexto comercial o ideológico, el gancho sensacionalista y el desprecio a los interlocutores”. En suma, reducir los medios de información a una simple empresa comercial sometida a la ley capitalista de la oferta y la demanda o a un instrumento de poder sujeto a la regla totalitaria de la propaganda. Como periodista, Albert Camus fue inmensamente sobresaliente y maestro. Uno de los editorialistas más influyentes de Francia y de Europa con ecos extraordinarios en el continente americano. Este legado, como el resto de su prosa, lo mantienen vigente para el aprendizaje de su moral democrática y republicana, profundamente laica y humanista.

Feliz como editorialista Jean Daniels resume así su etapa en Combat: “Camus fue feliz en su oficio de editorialista. Delante de la platina entre los tipógrafos, escribiendo un editorial en la sala de redacción o en una reunión de redactores que muestran su reacción ante un suceso, Camus vivía la plenitud de un equilibrio dinámico. Para él el periodismo no era el exilio, sino el reino. En él se encontraba como en su casa. Se sentía plenamente satisfecho, de acuerdo consigo mismo, sin nostalgia, sin lamentar para nada lo que el periodismo le impedía hacer; sin ninguno de los dramas íntimos que definen a la mayoría de los periodistas como exiliados: literatos reprimidos, filósofos amargados o profesores arrepentidos”. En su opinión, el periodista es un historiador de la realidad diaria cuya primera preocupación es la verdad, por cuanto que se encarga de informar al público sobre los acontecimientos del día anterior. Pero reconocía Camus que no hay nada más difícil que esta actividad, dado que los historiadores tienen la ventaja de la perspectiva, de la que carece el periodista. Y ahí entra en juego su valoración de la prensa francesa, a la que achacaba un anhelo desmesurado por “reflejar el estado de ánimo de quienes la elaboran, en lugar de mostrar el del público”. Fue en un artículo que escribió para el último número de Caliban, en el que no obstante no desaprovechó la ocasión para afirmar su respeto por el periodismo y su orgullo por pertenecer a la profesión. Violencia injustificable En el ejercicio del periodismo Camus se negó a ejercer un poder injusto, a caer en la tentación de censurar o elogiar. En cuanto empezó a reflexionar sobre la violencia y el asesinato se alejó de otros pensadores de su época. Es el momento en que escribe, nada más acabar la guerra, las "Cartas a un amigo alemán". Camus decide que la violencia no puede justificar de por sí las iniciativas humanas más nobles. Denuncia el sofisma de que, si la violencia es legítima, entonces el único medio de alcanzar un fin justo consiste en practicar una violencia súbitamente justificada. Porque para Camus la violencia es injustificable. Se indignó con el entusiasmo con el que fue recibida la primera bomba atómica contra Hiroshima. Incluso Daniels se atreve a aventurar que, si viviera en la actualidad, Camus no toleraría la violencia de ninguna de las partes del conflicto palestino-israelí. Muy discutida fue su actitud en la evolución política de Argelia. Camus confiaba en garantizar los derechos y la seguridad de los ciudadanos argelinos no musulmanes. Protegerse del maximalismo de los pieds-noirs (ciudadanos franceses de origen europeo o judío que residían en Argelia y que se vieron obligados a abandonar el país tras la independencia del 62) y del maniqueísmo de los intelectuales parisinos. Era partidario de negociar un estatuto que ligaría federalmente a Argelia con Francia: se oponía, en suma, al 
espíritu de la época, que se dirigía hacia una Argelia francesa o a una Argelia argelina, árabe en definitiva. El autor se ganó severos ataques por recordar en prensa que Argelia no era sólo musulmana, que no debía ceder ante los fanáticos y que al fin y a la postre era necesario vivir juntos y en paz o morir juntos y en guerra, acentuando la soledad de argelinos y franceses, así como la desgracia de ambos. Este pensamiento le alejó de Jean Daniels y le hizo arrinconarse en las trincheras del periodismo pasivo: se dispuso a no escribir si corría el riesgo de estimular la violencia de los unos y justificar la represión de los otros. Sólo quería dar testimonio contra la guerra y hacerlo de una manera ajena al periodismo. La lección camusiana de este hombre, que vivió varias guerras y fue testigo de varias revoluciones, consistió en buscar una verdad no en lo que decía ni en lo que decían los demás, sino en las obsesiones del presente. Opinaba que “Una prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala” (sic). Y es que la verdad fue la gran obsesión de Camus. Y no vio mejor medio para buscarla que el periodismo, al que siguió ligado en L'Express. Deprisa, deprisa

A Camus todo le fue siempre muy deprisa. Director de un periódico una edad en la que abundan los becarios, escritor célebre a los 25 años, intelectual a los 35, premio Nobel a los 44… Hasta su muerte a los 47 en un accidente de tráfico fue sobrevenida. Según Sartre, intelectual francés con el que confraternizó y combatió dialécticamente hablando, Camus “era la admirable confluencia de un hombre de acción y una obra”. Representaba lo contrario a lo que se entiende por un burgués, y, en este aspecto, el periodismo –con lo que implica de búsqueda y encuentro, tumulto y vorágine– respondía igualmente a su disposición interior. Sólo hay que conocer su concepción de los principios que debía defender un periódico: “justicia, honor y felicidad” para valorar la importancia que atribuía a la profesión bien ejercida. Para él, la información consistía en la apuesta apasionada según la cual es posible interesar al lector y conseguir su fidelidad haciéndole pensar. Por ello, según recoge Jean Daniels, exige a los intelectuales y periodistas que cumplan con cuatro obligaciones: reconocer el totalitarismo y denunciarlo, no mentir, negarse a dominar y no utilizar el despotismo. Un trabajo bien hecho Camus se vanagloriaba de haber hecho durante dos años un periódico absolutamente independiente que nunca se deshonró. Fruto de su ética profesional y como resultado de su trabajo al frente de Combat es la frase con el que cerró su etapa al frente del mismo: ‘Al menos no mentimos’. Genio y figura.

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